lunes, 10 de noviembre de 2014

ÁNGELES VIVIENDO EN UN INFIERNO

ÁNGELES VIVIENDO EN UN INFIERNO

El día empieza a aclararse. Los grillos dejan de chirriar. Las aves empiezan a cantar y el sonido de los motores de los autos se empieza a oír.  Algunos se encuentran en el paradero, como siempre, esperando a la combi que los lleve hasta la avenida principal o a sus centros de trabajo; otros, desesperados, toman una mototaxi porque al parecer se les hizo tarde; estudiantes de distintos colegios de Chorrillos caminan rápidamente; algunos jalando su mochila de ruedas; y el resto está leyendo los diarios en el puesto de periódico de una señora anciana.

Dentro de las inmediaciones de la Huaca “La Lechuza”, encontramos cientos de leyendas que podríamos contar, objetos que encontrar y, sobretodo, la historia de unos mininos abandonados que quizás han pasado experiencias traumáticas, posiblemente en sus siete vidas gatunas.

Son esos pequeños felinos que, día a día, aguardan la llegada de algún héroe que los salve, y, a pesar de la indiferencia de muchos, tienen la esperanza de vivir en un lugar en el cual sean felices y puedan sentirse queridos, tan queridos como lo eran antes de ser abandonados por sus dueños, a quienes amaban y admiraban demasiado.

Uno a uno empieza a salir de sus hogares hechos con cajas de cartón: Gatos grandes de color blanco y crema, otros negros como el carbón, que al verlos, dejas de creer por completo en la mala suerte; se estiran y empiezan a caminar por el lugar buscando un poco de comida. El sonido de los autos crece cada vez más y es tan fuerte que los gatos más chiquitos se levantan.

Pequeñines de color blanco, con manchas negras o marrones, maúllan porque tienen hambre; mientras tanto, su madre intenta acoger a todos en su seno para poder alimentarlos mientras que los desesperados cachorros se empujan uno a otro para tomar un poco de leche.

Uno de los pequeños, al que llamaremos Rocky, se levantó tarde. Fue uno de los últimos en despertar, pero eso no era impedimento alguno para llegar a tomar un poco de leche. Corrió lo más rápido que pudo y se abalanzó contra sus hermanitos para poder llegar a su destino y lo logró ¿Cómo? Nada más y nada menos que pisoteando a cada uno de ellos, como dándoles una lección por no haberle avisado que ya era la hora del desayuno.

Han pasado solo unos minutos. El día está más claro, pero los fuertes vientos empiezan a apoderarse del lugar. Los gatitos se meten a sus cajitas, mientras los más grandes están sentados en las rejas del lugar esperando la compasión de algún humano que les dé comida o afecto.

Muchos pasan por sus costados ignorándolos, pero son pocos los que se quedan a hacerles un tierno cariño en la cabeza, un cálido y adorable cariño que dura menos de un minuto para ellos y es justo en ese momento en el que nos damos cuenta que si queremos cambiar el mundo, este no puede ser construido por personas indiferentes.

Los minutos pasan y esa calle ya no es tan transcurrida como las primeras horas del amanecer. Nadie se encuentra corriendo para alcanzar su combi. Las madres enojadas porque sus hijos se olvidaron de hacer alguna tarea se hacen notar. Los estudiantes corren para que no les cierren la puerta en la cara; todo está desolado y al no ver a alguien que les dé un poco de cariño, los gatos se acuestan sobre las hojas secas mirando a la calle hasta quedarse completamente dormidos, mientras los cachorritos juegan entre ellos con alguna botella de plástico que alguien les lanzó en algún momento.

Transcurren horas y todo sigue en las mismas condiciones, a diferencia de que los pequeños se encuentran durmiendo dentro de sus cajitas, mientras que la madre está acostada sobre una, con una mirada desafiante ante cualquiera que quiera hacerles daño a sus hijos.

Jóvenes, adultos y ancianas empiezan a llegar de a poco, se sientan cerca a la huaca y los gatos se despiertan para ver si alguien se convertirá en su héroe y los lleve con ellos, pero lo único que consiguen al acercarse a las rejas es verles las espaldas a cada uno de ellos. La indiferencia de la gente ante el sufrimiento de algún ser, duele más que el propio motivo de este.

Suena el timbre del colegio del frente y empiezan a salir los niños de inicial, pequeños que no pasan los 5 años y que emocionados cruzan la pista para ir a saludar a uno que otro gatito. Los chiquitines son la mayor atracción, pero los que ya están ancianos no lo son del todo, quizás por el mismo hecho de que ya están viejos.

Las madres jalan del brazo a sus hijos para llegar rápido a casa, de repente para que terminen de cocinar o quizás para ver alguno de sus programas de chismes, pero los pequeños se resisten, ellos solo quieren jugar con los gatitos.

“Mami, quiero un gatito”, decía una niñita; “No amor, en la casa ya tenemos dos y no nos va a alcanzar la plata para tanta comida”, le decía la madre a su hija con una voz irónica. Los ánimos de la niña cambiaron rápidamente. Sus ojos reflejaban la tristeza que sentía por dentro y una pataleta no se hacía esperar. La señora de unos 35 años se enojó demasiado con ella y la subió rápidamente a una mototaxi, amenazándola con aquella frase que toda madre siempre dice: “te callas o te regalo al Sr. que vende helados”.

Todos los niños querían un gatito. Todos anhelaban tener uno, pero sus padres (poco más inteligente que ellos) les mentían con un: “ya hijito, más tarde venimos”, algo que nunca pasaba y que posiblemente, los gatos adultos entendían, porque eran los únicos que no les tomaban importancia, no tanto como los chiquitos.

Era la hora de almorzar, las calles volvían a estar vacías. El viento seguía soplando fuerte y algunos de los mininos volvían a dormir, mientras que los adultos intentaban salir de aquella prisión para llegar a una casa donde una familia generosa, les dejaba un plato de comida y agua para que se alimenten. Son pocos los que pueden cruzar, normalmente los jóvenes, pero los ancianos prefieren estar tirados sobre la tierra, quizás pensando en aquellos días en los que tenían un hogar y un amo al cual amaban ciegamente, aquel humano que juró protegerlos quizás por el resto de sus días y que hoy, los abandonó a su suerte.

Eran las 2:20 p.m. y en las afueras de aquel colegio privado se empezaban a oír voces, voces familiares para ellos porque eran las personas que anteriormente habían ido a recoger a los niños de inicial. El timbre volvió a sonar y niños más grandes que los anteriores empezaron a salir disparados del plantel, quizás cansados de tanto “trabajo escolar”; otros esperaban a sus padres en la puerta para poder ir a almorzar; mientras que el resto, se quedaba haciendo hora en el patio.

Los niños de primaria no eran tan sensibles como los de inicial, eran pocos los que se acercaban a ver a los gatos. Las niñas decían “¡Qué bonito gato!”, otros decían que querían ver a una gata dando a luz. Para ellos quizás es una atracción verlos encerrados, pero para nuestros amigos de 4 patas es un profundo encarcelamiento en la espera de que un alma caritativa los indulte.

Eran pocos los padres de familia que se apiadaban de aquellos mininos, eran pocos los que estaban dispuestos a ayudarlos de alguna forma u otra, pero al parecer, la economía es el problema más grande para todos.

Ya es tarde. La calle se vació por completo. Son las 4 de la tarde y el frío es horrible. Empezaron a caer unas gotas de lluvia, los gatitos maullaban debajo de sus cajas, su madre los abrazaba para que están calientitos mientras que los jóvenes y viejos se acomodaban bajo las ramas de un árbol sin hojas.

Pasaban personas de todas las edades, estaban bien abrigados y uno se acercaba de vez en cuando. Los gatos viejos, al darse cuenta de esto, los ignoraban, quizás para darles un poco de su propia medicina a aquellas personas sin corazón que solo los visitan porque creen que son una atracción más de aquel lugar.

El cielo se oscurece. Los grillos vuelven a chirriar y la cantidad de autos que pasaban por aquel lugar, disminuía cada vez más. Ya no hay niños que les den cariño, solo una señora de avanzada edad que llega con una bolsa llena de comida y se para a las afueras de la Huaca “La Lechuza” para darles de comer a esos ángeles disfrazados de gatitos. A ella no le importa nada más que la felicidad de ellos y en compañía de su joven hija los alimenta a cada uno.

Por una hora los gatos se sienten queridos y protegidos, pero brotan de sus ojos un brillo celestial, un brillo que posiblemente quiera decir “No nos dejes, por favor”. Son las 8 de la noche y su amada protectora se debe de retirar pero no se va sin hacerles la promesa de que mañana volverá. Se despide de aquellos a los que llama hijos con una sonrisa en el rostro ya que, como todos los días, tiene la seguridad que alguien adoptará a alguno y le dará mucho amor, de ese que por tanto tiempo les faltó.


"Gatos en la espera de ser adoptados - Huaca "La Lechuza"


Escribe  Alexandra HUAMANÍ

3 comentarios:

Anónimo dijo...

buena crónica, las personas se agobian de sus problemas y se hacen líos, mientras que los animales siguen adelante sin dar conocimiento de ello

Unknown dijo...

Lamentablemente se vive en un mundo por el cual los problemas de las personas son mucho mas importantes e agobiantes.... mientras que un pobre animal no da señal de aquello... tan solo sigue esperanzado en que el tormentoso día acabe... cuando las personas noten a los animales y lo que realmente pasa a su alrededor y traten de cambiarlo..... ese día..... se lograra un gran cambio en la vida de muchos

Anónimo dijo...

Simplemente es la realidad descrita en una pagina. Hay personas que no valoran el amor de un ser irracional que darían su vida por nosotros, es la simple y cruda verdad de solo un día de su vida.
Para ellos nosotros somos unos héroes pero nosotros los tratamos como una boca mas que alimentar.
Algún día llegará el cambio a sus vidas.

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