lunes, 10 de noviembre de 2014

TESTIMONIO DE UN MIEMBRO DE MESA

Testimonio de un miembro de mesa

Nunca me había levantado tan temprano un domingo. Salí a las siete de la mañana. El JNE (Jurado Nacional de Elecciones) dio la orden de que todos los miembros de mesa lleguemos temprano a nuestros centros de votación. Personas con su credencial en mano ya se encontraban en los paraderos, lagañosos, con la mirada perdida, tratando de subir como sea a un micro que los lleve a su destino. Llegué al colegio Gerónimo Cafferata Marazzi a las siete y media. La presidenta y el secretario de mesa me estaban esperando. Tenían dibujada angustia y preocupación en el rostro. Probablemente producto de ver tantos militares dando vuelta con sus metralletas por todo el colegio, como vigilando que ninguno se escape. Instalamos nuestra mesa sin ningún problema. En la de al frente, por el contrario, se demoraron más. Todo parecía indicar que ocasionarían problemas al final de la jornada.
La coordinadora de la ONPE fue muy clara y amable. Nos dio una rápida capacitación y nos hizo sentir cómodos, pese a estar sentados en una silla adecuada normalmente para un niño de primaria, con media nalga en el aire y encorvados. Era un aula muy pequeña. Se podía percibir el olor a plastilina y pegamento de los trabajos colgados en las ventanas. Las sillas apiladas en la parte posterior del salón, daban la sensación de que en cualquier momento se vendrían abajo ante la más ligera corriente de aire.
El primer votante que nos tocó atender venía apurado. Su firma fue diferente a la de su DNI y lo tuvimos que detener. La coordinadora nos dio una reprimenda, pero entendió que era nuestra primera vez y que, afortunadamente, no era un error tan grave como el que cometería la mesa de al frente. No revisaron bien el nombre de un votante que también llegó apurado pero que pertenecía a nuestra mesa, le dieron un acta y emitió su voto. Estas estaban contadas, por lo que al final del día, tendrían que anular una al azar. Aparentemente este procedimiento no afectaba en nada el porcentaje de los resultados finales.
Al medio día llegó nuestra merienda. No se notó en absoluto cuando pasaron cuatro horas desde el inicio de las votaciones. Nos entregaron una bolsa de plástico que contenía: dos botellas de agua, dos barras de cereal, dos galletas de soda, una barra de chocolates, una bolsita de habitas y un atún. Nadie se molestó en si quiera abrir una botella con agua.
Me tomé unos minutos en los que no se veía ningún alma acercándose al salón para salir a caminar un poco y relajar las piernas. Pude notar un salón en el cual todavía no se habían instalado ninguna de las dos mesas de votación. Ni miembros titulares, ni suplentes, se tomaron la molestia de cumplir con su labor. Coordinadores de la ONPE comenzaron a ofrecer deliberadamente 20 soles a los votantes formados en una larga cola, para que se hagan cargo de esas dos mesas. Luego de tanta insistencia, tres señores accedieron, y la cola se desvaneció rápidamente. Madres con sus bebés en brazo encargándoselos a los miembros de mesa para llenar el acta; personas discapacitadas haciendo el mayor de sus esfuerzos para llenar la cédula; ancianos de muy avanzada edad con una voluntad incomparable para, a pesar de su edad, querer ejercer su legítimo derecho como ciudadano.
Llegaron las cuatro de la tarde, nos ordenaron comenzar el conteo de votos. Los personeros de los distintos partidos políticos nos acechaban como hienas a la presa de un león. Listos para destruirnos ante el más mínimo error. Leímos los votos en voz alta para evitar problemas aunque ya estaba estipulado que sea así. No hubo ningún problema. Terminamos en menos de una hora y nos permitieron retirarnos luego de recibir una credencial que comprobaba que cumplimos nuestro deber efectivamente. Firmamos un par de papeles, llenamos más actas, nos entregaron nuestros certificados y nos fuimos a casa temprano, a diferencia de la mesa de al frente. Hicieron mal el primer conteo, lo que despertó la ferocidad de los personeros que arremetieron contra ellos. Tuvieron que empezar de nuevo.

Salí del colegio rumbo a casa apresuradamente con la idea en mente de dormir 100 años. Era una típica noche limeña con vientos templados que daban sensación de frialdad. Las calles casi en completo silencio y a oscuras. A lo lejos se escuchaban las primeras canciones de lo que era posiblemente una celebración de cierre de campaña o una victoria a boca de urna por parte de algún partido político. Nos acabamos la bolsa de dulces en el micro, antes de llegar a nuestros hogares. Llegué a casa a las ocho de la noche. Después de tanto tiempo sentado en un salón de colegio, sentía que comenzaba a conocer a mi familia de nuevo. 


Escribe  Andoni MAIQUE

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