Crónica de una fiesta semáforo
“DIVERSION” Y SEXO
PINTADO DE COLORES
Es una fría noche de sábado, y en lo más alejado del
distrito de Ate, en Rosa,
donde casi no hay casas alrededor, hay un grupo de 30 jóvenes
aproximadamente, quienes no pasan de los 17 años, que esperan ansiosos divertirse
y mover sus cuerpos al son de la música hasta el amanecer.
Todos ríen y
están dispuestos a dar rienda sueltas a sus instintos prematuros. Se insultan e
incluso se escucha el popular: “¿Oe huevón, vas a entrar o no?”. En medio de ese alboroto, hay una sola
jovencita, no tan alta, algo desaliñada y con el cabello un poco maltratado.
Aquella adolescente
parece querer y no querer entrar al Klub, una discoteca algo envejecida y sucia.
En la caja,
se encuentra un hombre de aproximadamente 1.80 de estatura y con un cuerpo
demasiado fornido tal cual Hércules, quien comienza a ofrecer las populares
pulseras de color a tan solo cinco soles: los que escogían el verde es que
estaban dispuestos a “todo”, es decir, libar licor, consumir drogas, tener
relaciones sexuales con cualquier desconocido e incluso participar de orgías.
Los que elegían la pulsera amarilla eran los dudosos (la decisión la tomarían
en los momentos precisos) y, por último, se podían optar por el brazalete rojo.
En este caso, el participante solo deseaba bailar.
Los púberes
en mención, los cuales, por su actitud, siempre concurrían al lugar, se encontraban
al borde del éxtasis y habían elegido la pulsera verde.
El reloj
marca la medianoche y en todo el lugar, el cual era rústico y con un jardín
posterior, resonaba el reggaetón a todo volumen. Las jovencitas parecen
alocarse bailando desenfrenadamente y al igual que unos cazadores, los chicos empezaron
a rondarlas en busca de su próxima aventura de la noche.
Aquella
chica desaliñada se sentó en una esquina al encontrarse perturbada por tanta
excitación de parte de sus compañeros. Con una cerveza en la mano empieza a
disfrutar un poco de la música. Se anima a bailar, pero un joven cazador le hace
una propuesta algo indecorosa.
Ella parece
voltear la mirada, pero se siente atraída y algo curiosa por saber qué cosa es
“la ruleta sexual”. El precoz muchachito,
que no pareciera tener más de 15 años, le explica que es solo es un juego, algo
para “pasar el rato”. Aquel inocente juego consiste en tener relaciones
sexuales entre varias personas sin protección. Quien eyacule primero, pierde y el castigo es que debe
salir del juego. El ganador se hará acreedor de licor.
Aquella
muchacha desaliñada no acepta la propuesta, pero, entre risas, le pide al joven
cazador ver el juego. Este, dándose aires de prepotencia tal cual gladiador
victorioso, le dice que sí lo puede hacer; es más, le aclara que lo va a
presenciar porque el juego se realiza abiertamente a la vista de todos.
Al igual que
un coliseo, aquellos jóvenes, con aires de gladiadores, se abalanzaron sobre
las tiernas e inocentes doncellas, quienes, a la hora de la acción, resultaron
ser unas fieras con ansias de satisfacer sus voraces apetitos.
La música se
mezclaba al unísono de los gemidos de placer. Aquellas doncellas sucumbían ante
tanta adrenalina. Aquellos gladiadores caían uno a uno después de dar, según
ellos, una buena pelea.
El coliseo
se impregnaba del olor que emanaba de aquellos cuerpos agotados por la batalla,
los cuales se ensuciaban de los vestigios de la lujuria y la pasión de tan
largas guerras que se libraban encima.
La muchacha
desaliñada no soportó aquel escenario grotesco y decidió marcharse. No podía
creer lo que veía ni tampoco aceptar las bajezas a las cuales aquellos adolescentes
daban rienda suelta. Ella no parecía entender por qué aquellas doncellas
decidieron cambiar las muñecas por el deseo.
A las 5 a.m.
termina todo. A algunos los venían a recoger sus padres, quienes ingenuos,
creían que estaban en una fiesta común. Otros, se perdían entre las frías
calles para tomar el bus o combi que los llevará a casa.
Publicidad engañosa, la cual hace aparentar una fiesta tranquila. Cabe recalcar que a estas fiestas esta prohibido el ingreso con celulares y cámara de fotos (Fuente: Facebook) |
Escribe Orlando SOTOMAYOR
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