FE, DEVOCIÓN Y AMOR
Parece que fue ayer cuando el Señor de los Milagros salió por
las calles limeñas, el año pasado. El tiempo pasó muy rápido, y ahora, 4 de octubre
de 2014, los fieles se reúnen otra vez frente a la puerta del convento de las Nazarenas
en la avenida Tacna para esperar la salida del Cristo de Pachacamilla. Muchas
miradas, con ojos brillosos, esperan con mucha emoción contemplar la imagen del
redentor, el cual dio su vida por
nosotros para salvarnos del pecado y la condenación eterna.
Suenan las campanas. Se escuchan cánticos de plegarias,
aplausos por doquier. Ya es el medio día. Lágrimas brotan de los ojos, oraciones
del corazón suplican al Salvador les perdone sus faltas y les de la esperanza
de que cada día será un tiempo mejor.
Las puertas se abren y dan paso a las sagradas andas del Cristo
morado. Avanzan los hermanos entre nubes de incienso y al compás de la banda.
En medio de turrones, anticuchos, picarones y de lejos una
canción criolla, empezó la fiesta del Señor. La sagrada imagen se adelanta y los globos, serpentinas,
picapica y bombardas retumbas las calles limeñas.
Mares humanos pintados de esperanza y devoción avanzan
lentamente con la procesión. Son más de 400 años de tradición que nunca
terminará, porque la fe, el amor y la emoción fortalecen nuestro corazón.
Son miles de milagros concedidos como el de aquella mujer
paralítica o la de aquel hombre ciego, el niño enfermo, el desamparo del
desprotegido que pide que no los abandones nunca.
La ley del momento reconoce al Señor de los Milagros como el
verdadero juez de la vida y le rinde pleitesía mientras el mar morado
avanza a su lado.
Cuanta fe y devoción se ven en las calles teñidas de blanco y
morado, y tras el paso del Señor de los
Milagros. Casi son las 3 de la tarde y las pistas, colmadas con alfombras
multicolores, también se entregan a la devoción. La gente, sostenida de la soga,
escucha la banda de música y mira a los hermanos de la cuadrilla 11, que son
quienes lo cargan en su primera
salida por las calles, desde la Av.
Tacna y Emancipación, para llegar a la casa
de la hermandad.
Los aplausos son inevitables. Cae la soga y todos los
hermanos de las 22 cuadrillas que conforman la hermandad se entre mezclan para
ser uno en este homenaje que le rinden
las autoridades. Los discursos son muchos, pero entre todos los escuchados, uno es el que resalta: el del
mayordomo general, quien -en un tono muy enérgico- dice: “hermanos unidos,
todos, porque la unión hace la fuerza y eso es lo que el Señor de los Milagros
quiere”.
Luego, se escuchan las dos campanadas que anuncian que el Señor de los Milagros
reanuda otra vez la procesión. Lejos se podía ver una gran
masa que se acerca lentamente liderando la imagen del Señor de los Milagros y
con sus devotos detrás de él algunos están arrojando flores y otros, llorándole,
pidiendo por su salud, por su negocio. A medida que va avanzando el Señor de los
Milagros, la gente se va acumulando. Es todo un caos. Algunas personas caen por
falta de oxígeno; otros, de rodillas, claman por un milagro.
Las ambulancias avanzan
junto con la procesión. El reloj marca casi las 8 de la noche y de regreso, por
la Av. Tacna, también puede apreciarse cómo los encargados de algunos locales
colocaban algunas gigantografías con el Señor de los Milagros y le pedían toda
su bendición. Otros hacían unos dibujos encima de la pista, pero todos con la
misma intención rendirle pleitesía.
Las campanas de
la iglesia de Las Nazarenas retumban y sus ecos se escuchan por todas las
calles de esa Lima que lo recibe cada año derramando toda su fe, amor y devoción.
Entre ambulantes y todos aquellos que no solo van con
devoción, termina así una salida que se
espera todos los años.
Las puertas se abren y el Señor de los Milagros entra al
templo de las Nazarenas para guarnecerse. Los hermanos que lo cargan esperan
parados la misa que es solo para la hermandad.
Los días pasarán y la segunda salida estará repleta de otro
mar de gente que solo llega al antiguo barrio de Pachacamilla a pedir al Señor de los Milagros entre llantos y alzando sus manos para tocar
las andas, que no los abandone y que derrame, en ellos, sus bendiciones.
Octubre es el mes que Dios escogió para que el Cristo de
Pachacamilla derrame sus bendiciones. Y
pensar que todo empezó con un terremoto y hoy se le considera la manifestación
religiosa más grande de todo el mundo. Miles de personas viene desde lejos,
desde los confines de la tierra simplemente para verlo recorrer las calles de
lima, esa lima que derrama lágrimas de emoción con su señor Cristo moreno.
Escribe Christian GALARCEP
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