martes, 11 de noviembre de 2014

ATENAS

Un día en el gimnasio
ATENAS

Aumentaron las máquinas en el gimnasio “Atenas”. Los clientes se encuentran más cómodos que nunca. Frank, un joven un tanto obeso, llegó temprano. Tenía preparada su rutina: primero correr, luego ejercitar los brazos y terminar matando los rollitos. El gordo Gabriel, en cambio, solo quería lograr los bíceps de Arnold Schwarzenegger. Vivía obsesionado con él, tenía su poster pegado en la sala principal de su casa; era todo un fanático. El “chato” Jaime, por otra parte, paraba metido haciendo barras, esa era su pasión. Un amigo suyo le había dicho que solo haciendo barras podría crecer al menos 5 cm. Y, para él, con el 1.60 cm. que se manejaba 5 cm más sería toda una hazaña.

Todo era común: los mismos rostros, las mismas caras. Solo faltaba la infartarte Elizabeth. ¿Dónde se había metido aquel cuerpo tan contorneado, tan bien formado? ¿Dónde estaba? Se preguntaban todos en Atenas, pero en vez de llegar Elizabeth, llegaron dos gorditos con cara de asustados, con los pantalones flojos y con doble faja. Inmediatamente, todos empezaron a burlase del aspecto obeso que poseían; incluso el gordo Gabriel, si se hubiera parado al costado de ellos, fácilmente los hubieran confundido con los tres cerditos.

Todo era una jarana, excepto para Frank, a quien le parecía inconcebible que se burlen de esa manera de aquellos gorditos, ya que en su pasado había tenido la misma contextura. Él siempre decía que burlarse de un gordo en un gimnasio era como mofarse de un muerto en un cementerio, pero lo que no sabía es que los dos gorditos también tenían un lema: “Un hombre sin barriga es como un cielo sin estrellas”.

Todos volvieron a su rutina cabizbajos, con las caras largas, faltos de motivación y de  deseo; hasta que llegaron aquellas dos piernas esculpidas por los mismos dioses, aquel abdomen que solo podría ser comparable con el de una avispa, aquella sonrisa hermosa sacada del comercial de una telenovela: era Elizabeth, la mujer más deseada en todo Atenas y no solo allí, también de su trabajo y en todo su vecindario; era posiblemente, la mujer más perfecta del mundo.

El gordo Gabriel, tan caballero cuando le convenía, la saludó con un beso en la mejilla, no sin antes abrazarla por la cintura, aunque no fuese la cintura su real objetivo. Luego, Jaime, Frank y los dos gorditos, la saludaron, y fue ahí cuando empezaron a hacer sus ejercicios y como por obra de gracia, aparecieron tremendas sonrisas en sus rostros bobos; se llenaron de energía. Ya no cargaban 30 kilos ni 40; esta vez se exigieron al extremo, tal vez porque sabrían que llegarían a sus casa y sus mujeres los atenderían, tal vez porque en sus trabajos los molestaban por su supuesto sobrepeso o tal vez porque simplemente necesitaban impresionar a aquella mujer que los había vuelto locos.

El entrenador Jimmy cumplía su función tranquilo y calmado. Ya no había mucho que hacer por ahí. Todos se aprendían su rutina en tan solo una semana para lograr tener el cuerpo perfecto: flaco, alto y presentable.

Coach, como le habían puesto en el gimnasio, que ya bordeaba los 40,  era todo un personaje, en especial por su rigidez. Parecía que no le hubieran enseñado en el colegio o en su casa el significado de la palabra sonreír.  Sin embargo, así como era rígido, también ofrecía resultados. Siempre se encontraba atrás de sus alumnos apoyándolos y motivándolos. El entrenador era muy respetado por todos.

También era admirado por Olga, la dueña de “Atenas”, y se encargaba del rendimiento financiero del local, cobrando, como siempre, puntualmente a toda persona que asistía a dicho local. Ella siempre andaba con una sonrisa entre los labios, a pesar de que le faltasen cuatro dientes superiores y de poseer un olor bucal poco agradable. Olga era de lejos la más contenta en todo el local, ya que Atenas había crecido mucho en poco tiempo.

De pasar a máquinas cavernícolas, casi prehistóricas, ahora se había convertido en el gimnasio favorito de Villa el Salvador. Olga siempre andaba con un bastón, pues los años pesan y más para los que trabajan. Casi todo era bueno en el trabajo de Olga; solo debía soportar la vergüenza de todos los viernes. A las seis de la tarde, muy puntual, el vago y desalineado de su hijo Kael, con veinticinco años, se presentaba en el gimnasio y le pedía una propina a su madre, para gastarla en discotecas, en tragos, con mujeres delgadas que eras sus favoritas. Él no pedía atributos extremos, más bien sentía atracción fatal por las mujeres flaquitas, nada por adelante y mucho menos por detrás. Esa era su real pasión, al igual que la bebida.

Siempre se le veía con los ojos rojos, poco arreglado y con una peste bucal impresionante, incluso más que la de su madre. Parece ser que Kael tomó muy a pecho eso de “el alumno supera al maestro” y lo cumplió a cabalidad. Sin embargo, su mal olor no era hereditario como muchos pensaban, era a causa de tantas borracheras que se metía y de los baños que nunca se daba.

Kael era exactamente el antónimo del perfil que se buscaba en Atenas. No era respetado, pero solo se le soportaba porque era el hijo de la dueña.

Los minutos seguían transcurriendo y la hora de hacer ejercicios ya iba a culminar. Los gorditos fueron los que más sudaron en todo el local, quizás por el esfuerzo que hicieron en cada rutina que se habían propuesto, mientras que para los más experimentados era como un paseo en el parque. Elizabeth se fue sin decir ninguna palabra. Solo le interesaba seguir con su rutina de ejercicios y Kael, como siempre, se fue al baño a vomitar de tanto licor que había injerido su pálido cuerpo. Atenas cerraba sus puertas, a las 10 p.m., esperando ver al día siguiente las mismas caras y los mismos cuerpos deseosos de alcanzar la tan anhelada figura.



Escribe  Manuel FLORES


5 comentarios:

Anónimo dijo...

muy buen trabajo hermano

Pedro Jaramillo dijo...

excelente trabajo (Y)

Juan Gomez dijo...

IR AL GYM ES LO MEJOR (y)

Anónimo dijo...

YO VOY A ESE GYM Y SI TENGO QUE ADMITIR QUE ESTA MUCHO MEJOR =D

Anónimo dijo...

Buen trabajo Manuelito

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