Un día en el
gimnasio
ATENAS
Aumentaron las máquinas en el gimnasio “Atenas”. Los clientes
se encuentran más cómodos que nunca. Frank, un joven un tanto obeso, llegó
temprano. Tenía preparada su rutina: primero correr, luego ejercitar los brazos
y terminar matando los rollitos. El gordo Gabriel, en cambio, solo quería
lograr los bíceps de Arnold Schwarzenegger. Vivía obsesionado con él, tenía su
poster pegado en la sala principal de su casa; era todo un fanático. El “chato”
Jaime, por otra parte, paraba metido haciendo barras, esa era su pasión. Un
amigo suyo le había dicho que solo haciendo barras podría crecer al menos 5 cm.
Y, para él, con el 1.60 cm. que se manejaba 5 cm más sería toda una hazaña.
Todo era común: los mismos rostros, las mismas caras. Solo
faltaba la infartarte Elizabeth. ¿Dónde se había metido aquel cuerpo tan contorneado,
tan bien formado? ¿Dónde estaba? Se preguntaban todos en Atenas, pero en vez de
llegar Elizabeth, llegaron dos gorditos con cara de asustados, con los pantalones
flojos y con doble faja. Inmediatamente, todos empezaron a burlase del aspecto
obeso que poseían; incluso el gordo Gabriel, si se hubiera parado al costado de
ellos, fácilmente los hubieran confundido con los tres cerditos.
Todo era una jarana, excepto para Frank, a quien le parecía inconcebible
que se burlen de esa manera de aquellos gorditos, ya que en su pasado había
tenido la misma contextura. Él siempre decía que burlarse de un gordo en un
gimnasio era como mofarse de un muerto en un cementerio, pero lo que no sabía es
que los dos gorditos también tenían un lema: “Un hombre sin barriga es como un
cielo sin estrellas”.
Todos volvieron a su rutina cabizbajos, con las caras largas,
faltos de motivación y de deseo; hasta
que llegaron aquellas dos piernas esculpidas por los mismos dioses, aquel
abdomen que solo podría ser comparable con el de una avispa, aquella sonrisa
hermosa sacada del comercial de una telenovela: era Elizabeth, la mujer más
deseada en todo Atenas y no solo allí, también de su trabajo y en todo su
vecindario; era posiblemente, la mujer más perfecta del mundo.
El gordo Gabriel, tan caballero cuando le convenía, la saludó
con un beso en la mejilla, no sin antes abrazarla por la cintura, aunque no
fuese la cintura su real objetivo. Luego, Jaime, Frank y los dos gorditos, la
saludaron, y fue ahí cuando empezaron a hacer sus ejercicios y como por obra de
gracia, aparecieron tremendas sonrisas en sus rostros bobos; se llenaron de
energía. Ya no cargaban 30 kilos ni 40; esta vez se exigieron al extremo, tal
vez porque sabrían que llegarían a sus casa y sus mujeres los atenderían, tal
vez porque en sus trabajos los molestaban por su supuesto sobrepeso o tal vez
porque simplemente necesitaban impresionar a aquella mujer que los había vuelto
locos.
El entrenador Jimmy cumplía su función tranquilo y calmado.
Ya no había mucho que hacer por ahí. Todos se aprendían su rutina en tan solo
una semana para lograr tener el cuerpo perfecto: flaco, alto y presentable.
Coach, como le habían puesto en el gimnasio, que ya bordeaba los
40, era todo un personaje, en especial por
su rigidez. Parecía que no le hubieran enseñado en el colegio o en su casa el
significado de la palabra sonreír. Sin
embargo, así como era rígido, también ofrecía resultados. Siempre se encontraba
atrás de sus alumnos apoyándolos y motivándolos. El entrenador era muy
respetado por todos.
También era admirado por Olga, la dueña de “Atenas”, y se
encargaba del rendimiento financiero del local, cobrando, como siempre,
puntualmente a toda persona que asistía a dicho local. Ella siempre andaba con
una sonrisa entre los labios, a pesar de que le faltasen cuatro dientes
superiores y de poseer un olor bucal poco agradable. Olga era de lejos la más
contenta en todo el local, ya que Atenas había crecido mucho en poco tiempo.
De pasar a máquinas cavernícolas, casi prehistóricas, ahora
se había convertido en el gimnasio favorito de Villa el Salvador. Olga siempre
andaba con un bastón, pues los años pesan y más para los que trabajan. Casi todo
era bueno en el trabajo de Olga; solo debía soportar la vergüenza de todos los
viernes. A las seis de la tarde, muy puntual, el vago y desalineado de su hijo
Kael, con veinticinco años, se presentaba en el gimnasio y le pedía una propina
a su madre, para gastarla en discotecas, en tragos, con mujeres delgadas que
eras sus favoritas. Él no pedía atributos extremos, más bien sentía atracción
fatal por las mujeres flaquitas, nada por adelante y mucho menos por detrás. Esa
era su real pasión, al igual que la bebida.
Siempre se le veía con los ojos rojos, poco arreglado y con
una peste bucal impresionante, incluso más que la de su madre. Parece ser que
Kael tomó muy a pecho eso de “el alumno supera al maestro” y lo cumplió a
cabalidad. Sin embargo, su mal olor no era hereditario como muchos pensaban,
era a causa de tantas borracheras que se metía y de los baños que nunca se daba.
Kael era exactamente el antónimo del perfil que se buscaba en
Atenas. No era respetado, pero solo se le soportaba porque era el hijo de la
dueña.
Los minutos seguían transcurriendo y la hora de hacer
ejercicios ya iba a culminar. Los gorditos fueron los que más sudaron en todo
el local, quizás por el esfuerzo que hicieron en cada rutina que se habían
propuesto, mientras que para los más experimentados era como un paseo en el
parque. Elizabeth se fue sin decir ninguna palabra. Solo le interesaba seguir
con su rutina de ejercicios y Kael, como siempre, se fue al baño a vomitar de
tanto licor que había injerido su pálido cuerpo. Atenas cerraba sus puertas, a
las 10 p.m., esperando ver al día siguiente las mismas caras y los mismos
cuerpos deseosos de alcanzar la tan anhelada figura.
Escribe Manuel FLORES
5 comentarios:
muy buen trabajo hermano
excelente trabajo (Y)
IR AL GYM ES LO MEJOR (y)
YO VOY A ESE GYM Y SI TENGO QUE ADMITIR QUE ESTA MUCHO MEJOR =D
Buen trabajo Manuelito
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