viernes, 17 de octubre de 2014

Crónica de una visita a la morgue central de Lima

La muerte es parte de la vida diaria y no hay quien no lo sepa. Las personas no viven para siempre. Tienen un límite de edad.

Ir a la morgue de la ciudad es sinónimo de que un amigo o familiar ha fenecido, pero esta oportunidad es con la intención de, simplemente, conocer los misterios que guardan las personas encargadas de velar por quienes el corazón les ha dejado de latir.

Desde Barrios altos y en la Av. Grau, a unas pocas cuadras de la estación central del Metropolitano, está el almacén más grande de cadáveres de Lima: la Morgue Central de la provincia.

A pesar de estar cerca de zonas donde las personas de mal vivir les gusta ganar dinero fácil y algunas chicas optan dar cariño por dinero, también está, justo al lado de la facultad de Medicina Humana de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y frente al Hospital Almenara.

Es un local pequeño. Seguramente, pasaría desapercibido sino fuera por el gran anuncio que tiene en la puerta principal. Desde afuera tiene un estilo antiguo, pero desde la garita de los de seguridad ya se puede ver lo moderno de las instalaciones.

Los mitos dicen que al momento de ingresar se puede percibir el olor a cadáveres en descomposición, pero eso es absolutamente falso. Lo que se puede rescatar es que es un establecimiento organizado, limpio y regulado como cualquier otro.

En la primera instancia hay un grupo de asientos frente a un gran televisor y diferentes personajes están esperando su turno. Algunos están serios; otros, llorando, pero definitivamente todos con el alma triste.

Por otro lado, cerca de la puerta, donde los médicos y especialistas entran y salen, se encuentra un grupo de estudiantes, sin duda de medicina, alegres y entusiasmados, pues será la primera vez que estudian el cuerpo humano viendo una autopsia.

Los observadores tienen que llevar un equipo de bioseguridad. Se cubren ambos pies y su cabello; llevan un mandil muy largo amarrado fuertemente en medio de su espalda y además una mascarilla, indispensable a la hora de evitar enfermedades y sobre todo para los estudiantes nuevos, que en ocasiones llevan doble protección, para no percibir el hedor en su totalidad.

Ellos, seguramente, están listos para ver de todo. Han estudiado el cuerpo humano y saben lo perfecto que es. “Somos una maquina maravillosa”, suelta uno de ellos. Sin embargo, ninguno pudo adivinar que en esa ocasión serían testigos de la autopsia de un diminuto feto de dieciséis semanas. Por circunstancias de la vida, el pequeño está sobre una tableta de madera en una fría inclinada mesa de metal. Los técnicos y doctores comienzan a especular según lo que ven y lo que leen en los datos del occiso (vocablo forense, sinónimo de cadáver).

Habría fallecido por supuestas causas naturales. Los especialistas no descartan la posibilidad de un aborto autoinflingido. Bromean sobre la posibilidad que los padres nunca vengan a recoger a la criatura que se encuentra abierta desde el centro de su cráneo hasta el final de su pelvis. No lo hacen sin base alguna. Ya ha habido casos. “Quien vendría a recoger a un niño no nacido”, dice uno sin ningún tipo de culpa.

El “occiso” está completamente enrojecido, debido a la sangre y la placenta. El médico retira el cerebro en su totalidad. El lóbulo derecho era para toxicología y el izquierdo, para otros exámenes. De su pequeño cuerpo retira una muestra de sangre; tiene que hacerlo de uno de los muslos, pues allí hay más concentración del líquido vital.

Luego de anotaciones y observaciones, la mitad de los estudiantes salen pues tienen suficiente información. Los nuevos se quedan un poco más para terminar todo el procedimiento. El licenciado, luego de veinticinco años de arduo trabajo, sabe lo que está haciendo y no sólo lo hace por obligación, lo hace con sentimiento, y al momento de coser tiene cierta preocupación por el tamaño excesivamente grande de la aguja.

El metal filoso entra y sale dejando grandes agujeros en la piel del feto. Es cosido de la pelvis al cuello y, para terminar, el especialista coge un trozo de esponja y lo coloca en medio del cráneo. “Así no tendrá la cabeza aplastada”, dice triunfante. Termina el procedimiento y el cadáver lleva de recuerdo una gran cicatriz. El “occiso” es colocado en una bolsa y archivado.

Todo ha acabado en la mesa de trabajo. Los utensilios como las tijeras, el bisturí, entre otros, son colocados en medio para ser limpiados y esterilizados, uno a uno, con legía y agua. Finaliza la limpieza y queda todo pulcro e impecable.

Como entusiastas y curiosos que son los jóvenes, un estudiante solicita a los profesionales ver el depósito de cadáveres que ya han sido sometidos a una autopsia. Estos lo observan y aceptan. En ese momento comenzó la sesión de fotografía.

Uno de los especialistas, con su cámara, retrata, foto a foto, a todos los fallecidos del día anterior. “Sonríe”, solicita alegre. Las imágenes serán usadas para encontrar a los familiares de los cadáveres.

Se abre una pesada compuerta de metal y se desliza una bandeja con un sujeto recostado. El personaje tiene una expresión de miedo en el rostro; boca abierta, ojos perdidos y mandíbula suelta. Al haberle hecho la autopsia, posee un corte claro en medio de las costillas. Su piel es algo amarillenta y aparenta tener cierto pudor al ser observado desnudo por tantos ojos.

Un vagabundo fue impactado por un vehículo en la Panamericana Sur y su cuerpo mostraba graves golpes y los dientes estaban desparecidos. Una persona, con cierto grado de mongolismo, fue hallada muerta luego de caer diez metros de cabeza. Ésta última aún posee sangre en la bandeja proveniente de la herida mortal.

Para terminar la sesión de fotos, llegan los “baleados” (vocablo forense). Un grupo de jóvenes fueron interceptados por efectivos policiales que no tuvieron otra alternativa que disparar a discreción en un tiroteo que tuvo como resultado dos delincuentes fallecidos.

Tres proyectiles en el vientre dan resultado a una muerte lenta y dolorosa. Varias balas en el cuerpo, pero una directa en el ojo derecho hace que la muerte sea instantánea.

Quizás el ver tantas personas fallecidas, para algunos, hubiera sido impactante y habría sido el causante de repetidas pesadillas, pero no para los estudiantes entusiasmados de medicina; ellos estaban como niños en una juguetería.

Tocan las dos de la tarde y la hora de visita de los estudiantes ha concluido. Uno a uno, ellos salen de la morgue, y -a diferencia de los familiares y amigos que poseen rostros caídos- ellos, alegres, marchan luego de un gran día en la morgue central de Lima.

 Puerta principal de la Morgue Central de Lima



Escribe  Erick GUERRA

21 comentarios:

Anónimo dijo...

Buuuu fantasmitas *u*

Kaede02Mangaka dijo...

Wow muy informativo hehe. Buena narración, felicitaciones

Anónimo dijo...

Me encanta que manejes el tema que sea y para lo que sea. Eres y seguirás siendo un muy buen escritor. Felicidades.

-Alondra

Anónimo dijo...

¡Me dio miedo! Bien hecho.

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Muy interesante, buena redacción.
-J.G.M

Unknown dijo...

muy buena descripción de la autopsia y ya se donde irte a buscar,

Anónimo dijo...

Sin duda una experiencia muy compleja en si, de ver tanto alli uno rompe algunos mitos, aparte de ello se nota el entusiasmo de los estudiantes de medicina, cosa que para otros no resulta nada emocionante o maravilloso; tras narrar pequeñas historias de ciertos cadaveres que se encontraron alli, es muy lamentable de aquellas muertes inesperadas y crueles; ahora comprendo yo ciertos misterios, esta cronica es una gran ayuda para expandir nuestros conocimientos.

Yamile

Anónimo dijo...

buena narraciòn ! Te luciste !
Hay que admitir que me asustè un poco

Unknown dijo...

Esta clase de lugares es donde quizás uno terminara algun dia... Es algo tan natural y a la vez tan desconocido...

blogg 3d dijo...

:O Supiste como transmitirlo... Muy bueno o.O

Orlando Sotomayor Garcia dijo...

Muy buen trabajo Erick Felicitaciones (Y)

Anónimo dijo...

Muy informativo para alguien que nunca ha ido , muy bueno

Anónimo dijo...

Wooooo.... bravazo!

Anónimo dijo...

Antes de 1997 esos mitos del olor de la morgue central eran realidad. Has escrito una simpática crónica sobre la morgue central. Buen trabajo.

-E.S

Anónimo dijo...

Interesante! Saber un poco mas de lo que uno aveces lo ve tan ajeno, como se dice hay que tener vocación para estudiar esta carrera de medicina.

-V.C

Anónimo dijo...

Tienes mucho talento para contar y redactar, llegarás a ser un famoso escritor, muy interesante crónica.

-S.S

Anónimo dijo...

Cada dia se aprende algo mas y esta narracion de la morgue realmente es un tema muy interesante y tu supiste trasmitir lo mejor. Buen trabajo.

Richard dijo...

Excelente trabajo Erick! Y muy buena narración también. Se deja entender claramente detalle a detalle de este proceso. Sigue asi, felicitaciones

Anónimo dijo...

Excelente un buen trabajo y una buena experiencia en tus inicios como comunicador.Felicitaciones.

Claudia Paucar Diosis dijo...

Buen trabajo Erick muy valiente jejej . Sigue así. :D

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