El Parque de la
Exposición y sus diversos visitantes
Era una tarde opaca y fresca. El reloj marcaba las cuatro de
la tarde, y en el Parque de la Exposición era la hora precisa para recibir a
todo tipo de público.
Personas descansaban plácidamente en el grass, como si
estuviesen en su propia cama. Algunas daban la impresión que sólo iban
por eso al parque. Quizás dormir en un ambiente fresco, con un aroma ecológico,
donde sólo destacan las plantas, y no el olor de cuatro paredes, es preferible.
Señoras con una mantita extendida sobre el pasto, para evitar que se pegue a su
ropa, juegan con sus bebés. Las familias estaban prácticamente en un picnic, con
una variedad de frutas sobre una cesta de mimbre. Sus niños correteaban
alrededor de ellos, y la tranquilidad se notaba en sus rostros, esa
tranquilidad de no estar pendiente que pueda pasar un carro y ocurra algún tipo
de accidente, o quizás que puedan caer sobre el asfalto y hacerse una herida fatal.
Las clásicas
banquetas de madera que tiene el parque casi en su
totalidad estaban ocupadas por
enamorados; había de toda clase. Algunas parejas que parecían
derramar miel, pronunciaban tres o cuatro palabras y se daban un
apasionado beso. Cualquiera que los viera pensaría que no se ven después de
años. Otras trataban de limar sus asperezas,
pero en vez de solucionarlas, el tono de conversación iba en aumento. El
movimiento de las manos era más exagerado. Las expresiones no eran de amor, y
los gestos parecían de dos personas enfrentadas en
un ring de box. Había unas parejas más tímidas, pues conversaban
tranquilamente, y se daban unas miradas tiernas, se acariciaban las manos y se
decían secretitos al oído, como si no quisieran que nadie se enterara de su
amorío.
Cientos de niños corrían por todos lados. Sus padres y madres atrás de
ellos los cuidabans y trataban de agarrarlos como
si fuesen un globo de helio escapándose de sus manos. A algunos niños no
les importaba perderse dentro de la grandeza del parque; ellos sólo jugaban con
nuevos amiguitos, que quizás ya no volverán a ver.
Tres personas captaron la atención de la gente. Una pareja de
esposos y una señora, con estampitas del Señor de los Milagros, estaban en una
situación bochornosa. Al parecer, la vendedora de estampitas le había ofrecido
de una manera tan insistente al señor, que al ver que no quería comprarle,
comenzó a lanzar tremendas palabras y
a mencionar a la pobre madre
del señor, que nada tenía que ver en ese asunto. La vendedora no tenía aspecto
de ser muy devota de la religión, y peor aun con el tan colorido vocabulario
que manejaba.
En el centro del parque se había conglomerado la gente,
formando un círculo. Estaban observando el arte de un graffitero, que, al ritmo
de una cumbia, hacía lo que mejor sabía. Decenas de latas de spray de distintos
colores, llenaban su mesa. En una esponja echaba una combinación de algunos de
estos colores, y los impregnaba en la cartulina blanca. Poco a poco se iba
formando un paisaje hermoso, con técnicas impresionantes que solo a ese artista se le podía
ocurrir para que obtenga el efecto perfecto para su diseño. Movimientos ágiles
con las manos, una cara con una expresión interesante, un poco de fuego sobre
su cartulina, y listo. Dio unas palabras a los espectadores, y pasó a entregar
unos tickets gratis para sortear el dibujo que acababa de realizar. En ese
instante, es donde las personas comenzaron a retirarse, pues sabían que de
alguna manera tenían que dar alguna moneda. Es ahí donde el espectáculo para
los spray, terminó.
Poco a poco iba
oscureciendo. Ya no había tantos niños, pero el número de parejas habían
aumentado. Parejas adolescentes entraban al parque, con caras traviesas, con
agarraditas sensuales de cinturas, y risas cómplices, como si la oscuridad de la noche fuese su mejor aliado.
Escribe Mariana DE LA CRUZ
11 comentarios:
Felicitaciones Mariana, muy bonita redacción
Vas por buen camino Marianita, sé que seguiras mejorando, pero me gustó mucho esta redacción
Me trasladé por un momento al lugar que describes !
Jajaja esas parejas que se querían matar como en un ring de box, pobreees jaja
La señora que vendia las estampitas era una malcriada, por Dioos !
Sigue así Mariana !
Me gustan mucho las metaforas que utilizas, una bonita crónica.
Adolescentes que no respetan lugares públicos, esta bien que sea un parque y que demuestren su amor, pero no otras cosas aprovechando de la oscuridad
Muy bonito, espero que sigas mejorando. muchas felicitaciones MAriana !!
pobres padres, terminan cansados de tanto correr tras sus hijos jajaj
muy entretenidoo, que bonito redactas Marianita
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