miércoles, 22 de octubre de 2014

UN PASEO EN EL METROPOLITANO

Un Paseo en el Metropolitano

Amanece un miércoles en la ciudad de Lima. Los primeros rayos de sol se dejan asomar en el horizonte para regalarnos un poco de su luminosidad. Las personas se preparan un día más para ir al trabajo. Los niños para ir a la escuela, porque aún estamos a mitad de semana.

Llegando a la estación principal del transporte Metropolitano, en la av. Naranjal, los colapsos empiezan a sonar, el tráfico incrementa y la gente sigue llegando. Las colas se agrandan dando vueltas como ruletas. El reloj marca ya las 6 y 30 de mañana, y a lo lejos se deja ver el primer Metropolitano Expreso 1. Los incapacitados empiezan a tomar sus lugares. El show va empezar, el bus da unos cuantos pasos y las personas se avientan como pirañas por su presa abalanzándose hacia el bus.

-Ya se encuentra lleno- aclaman algunas personas, deteniendo a la gente. El sensor de la puerta empieza a sonar, las puertas se cierran y los controladores empiezan a detener a las personas que se quedaron fuera. El chofer decide emprender el corrido. Los pasajeros sacan los celulares y encienden el reproductor de música. Otros usan las redes sociales, y los demás solo duermen.

En el camino, el hombre de capucha roja, pantalón azul y zapatillas blancas,  con actitud muy sospechosa, intenta ponerse tras la espalda de la mujer de minifalda negra, cabello castaño, ojos claros y de tez mestiza; la señorita no le toma importancia pero el hombre, ni corto ni perezoso, soba sus testículos por la retaguardia de la joven. Ella voltea, lo mira y se aleja.

Llegando a la estación Caquetá, el pestífero olor toma personaje y se apodera de todos los pasajeros. Algunos abren las ventanas, otros las cierran y a los demás parece no importarle. El reloj sigue avanzando, las vías se encuentran llenas, fomentando el tráfico y desorden, pero el bus sigue con su recorrido. Cada estación es un revuelco de gente que sube y baja.

Llegando a la estación Central, el brusco cambio de clima se presenta, la lluvia empieza a jugar un papel importante, las ventanas se cierran, los cierres de las casacas cubren los cuellos de los friolentos pasajeros, las ventanas empañadas, pero ellos no se detienen siguen con su rutina. Se vuelve a repetir el ajetreo de la estación Naranjal, aplastando, golpeando, y si se pudiera ir en el techo, lo harían.

No importa si son niños, jóvenes, adultos o ancianos. Ellos solo tienen el fin de llegar a su destino. Los asientos siguen llenos. Entre los pasajeros sentados, unos duerme como si no lo hubieran hecho en años, sin darse cuenta que su cabeza gira como una licuadora, captando la atención de uno que otro pasajero que se encuentra de pie; también se puede apreciar personas que toman los asientos reservados, haciéndose los dormidos, para no cederlos a quién realmente lo merece.

La hora no se detiene. Cada segundo es importante. Se siente la adrenalina de los trabajadores y estudiantes al ver la hora y saber que el reloj les lleva la delantera. Presurosos bajan en la estación Angamos. El bus se queda semivacío y los asientos son tomados por las dos o tres personas que subieron.

Por fin podemos apreciar el paradero final de tal recorrido, Matellini; pero eso no es todo. Tal vez aquí venga lo más irritante para los pasajeros: desde el olor a agua empozada, hasta la procesión que se lleva a cabo para poder cruzar el puente que los llevará a la estación de abastecedores, envueltos por la lluvia y la imponente neblina.


La gente hace cola esperando ser recogidos por los alimentadores. Se vuelve a ver el vaivén y la disputa por abordar en algún bus, que terminará por trasladarlos a su destino final. 

Así de forman las colas para ingresar al Expreso 1


Escribe  Eloísa León


8 comentarios:

Camila Padilla dijo...

Buen trabajo Elo, sigue adelante

Blanca Ancajima dijo...

Carito me gusto mucho tu crónica, bastante interesante, sigue adelante

Luz Carbajal dijo...

El Metropolitano es medio de transporte bastante útil pero a la veces muy denigrante para la mujer, porque suben los mañosones y con solo una mirada nos desvisten

Carlos Quintana dijo...

Soy hombre pero comprendo a las mujer porque me gusta comprar, muchas veces sin necesitar lo que compro

Paolo Aguilar dijo...

Me gusto mucho Elo, sigue adelante

Anónimo dijo...

Muy interesante c:

Joaquin Escalante dijo...

Interesante señorita

Daniela Padilla dijo...

Buen articulo

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