Detrás
de cada valiente siempre hay otras historias en donde se esconden muchas
verdades e injusticias. El uniforme, las
armas, y los duros esfuerzos físicos son como el pan de cada día para nuestros
representantes. Este es el caso de Don Humberto Gutiérrez, sobreviviente de la
guerra del CENEPA de 1995. En la urbanización Navidad de Villa se encuentra su modesta casa y él nos
esperaba entusiasmado. Al tocar la puerta, bastó unos segundos para que me
hiciera entrar.
En
su sala, se encontraban diplomas y cuadros de su pasado, los cuales muestra con
orgullo a todos sus visitantes. Me era raro ver a un señor de 56 años con un
porte atlético y un físico bien cuidado. Era notorio que perteneció al ejército
del Perú.
Don
Humberto, muy nervioso, pero orgulloso, cuenta que el participó de la guerra del CENEPA de
1995, que se dio porque ecuatorianos querían apropiarse de territorio peruano.
Pero ahí estaban esos hombres que daban todo por defender a su patria con sangre, sudor y lágrimas.
_Es el
deber de todo militar_ aseguró Don Humberto._ Yo era jefe de sección y tenía a
cargo 40 o 60 hombres. Bajo mi responsabilidad, estaban sus vidas.
La
intriga invadió la sala por saber si lo hacía por amor al ejército o por
obligación, ya que, en ese tiempo, el servicio militar era obligatorio. La
respuesta salió de inmediato de su boca temblorosa:
_Desde
siempre quise pertenecer al ejército. En ese tiempo, es cierto, era obligatorio
hacer el servicio militar, pero en mi caso, yo, de todas maneras quería entrar.
Era lo que más anhelaba desde niño.
CORAZON GUERRERO
Al
preguntar si era capaz de dar la vida por su patria, sentí que le llegó al corazón
y agregó tartamudeando una vez más: _por su puesto es tu patria, tu tierra, y
el deber de todo militar. Cuando ingresas al ejército, te hacen jurar y estar
dispuesto a todo. Siempre, en todo lo que hago, le pongo mucha entrega, más aun
si se trata de mi patria_ respondió con
los ojos brillosos.
En
medio de la entrevista, ingresa una de sus hijas quien saluda. Los ojos le seguían
brillando, pero ahora con más intensidad. Me di cuenta que se siente muy orgulloso de sus hijos. Aseguró que tiene
cuatro hijos: dos hombres, uno oficial y el otro suboficial; y sus hijas son
farmacéuticas.
-Siempre
apoyé la carrera que ellos querían seguir. Pude pagar sus estudios con el
dinero que recibí cuando me dieron de baja.
Don
Humberto baja la mirada, y con sus manos aguerridas, se agarra la cabeza al
revelarme que lo dieron de baja. Cabizbajo me contó su anécdota:
_Aveces
por ser muy ambicioso terminas mal, y me armaron “la camita” pues. Porque me
tocó estar en un determinado puesto, y mi superior estaba cargo de nuestro grupo. Entonces, él me ofreció
cierta cantidad de dinero para hacernos cambio de puestos. Yo acepté, sin
pensar que ese día matarían a uno de los hombres que estaban bajo mi cargo. Inmediatamente,
el comandante mandó a que dieran de baja al jefe de ese grupo. En realidad, era
a mi superior con el que hice cambio, al que tenían que dar de baja, pero fui
yo quien aceptó el cambio y apenas regresamos a Lima me dieron de baja.
Después
de escuchar el mal momento que pasó don Humberto, pareció una injusticia que
luego de tanta entrega y amor a su
patria, lo dieran de baja, es decir, lo saquen del ejército. Lo botaron de la
institución en donde siempre quiso estar, en donde cumplió su
sueño tan anhelado de niño. Todo esto se
derrumbó gracias a malas personas, a la
ambición o simplemente el destino. Talvez, en la mente de cualquier persona
pensarían en arrepentirse por ingresar a una institución en donde después de
todo, lo sacan en un dos por tres. Pero don Humberto no piensa lo mismo.
_No
me arrepiento de haber pertenecido a esta gran institución que fue, y es mi
vida_ dijo suspirando. _Lo que pasó fue consecuencia de mis actos, talvez sí
fue una injusticia que se tome una decisión tan radical, pero los momentos vividos
allí son imborrables.
DERRAMÉ LÁGRIMAS
Estos
combatientes de guerra, dispararon y
mataron algunos de sus rivales. No fue nada fácil toda esta situación
para estos hombres. Don Humberto, al recordar esos momentos, revive cada imagen
de compañeros bañados en sangre, con
heridas en carne viva. A pesar de ser denominados el sexo fuerte, confiesa:
_fue tan triste ver todo eso.
_Aunque
no lo creas, en esos momentos, al ver a
mis compañeros con sangre en la cara, con brazos colgando, heridos de mil
maneras, derramé lágrimas. Todo era tan triste. Viví momentos de tensión. Segundo
a segundo era ver herida nueva en cada cuerpo de mis compañeros.
Al
imaginar los momentos de tensión vividos, supuse que don Humberto también
recibió algún disparo o salió herido. Grande fue mi asombro cuando se persignó,
miró hacia arriba y agregó: _gracias a Dios
no me cayó ningún balazo.
_Todos
mis compañeros estaban heridos, pero
murieron cuatro. Uno de ellos, mi amigo Jonathan, de apellido norteño.
Al recordar esos momentos, me pongo a pensar en todas las familias que dejaron
mis compañeros; pero a la vez sé que les dieron una platita, solo a los que
murieron.
Es
algo penoso que el reconocimiento se les otorgue únicamente a los combatientes
que murieron, dejando de lado la ardua labor y entrega del resto de los
sobrevivientes que iniciaron el combate con las mismas ganas de defender a su
patria. Es acaso una mala suerte que no hayan recibido ningún balazo, para
poder ser reconocidos como héroes.
_A
las familias de los muertos en guerra sí les dieron su platita y sus placas y
todo. Después que me dieron de baja, con la plata que recibí pagué los estudios
de mis hijos. Actualmente, trabajo en el serenazgo de Surco, como chofer.
"Combatiente del Cenepa".
Escribe Claudia PAUCAR
1 comentarios:
Es importante preocuparse por verdaderos guerreros y este hombre fue uno de ellos que lucho y se enfrento a verdaderos obstáculos. Linda e interesante entrevista felicidades clau
Publicar un comentario